domingo, 21 de enero de 2018

ACARI - DUNA TORO MATA - JAQUI


Este proyecto nace gracias a una conversación con nuestro amigo Ivan Canturin, quien en una reunión nos habló del distrito de Acarí, ubicado en el valle que adopta el mismo nombre, a 576 kilómetros al Sur de Lima, y a 21 kilómetros de la carretera Panamericana Sur, a una altitud de 167 msnm. 




En la zona existen rastros muy antiguos establecimientos prehispánicos, el más conocido es, quizá una necrópolis en cuyas tumbas se ha encontrado osamentas envueltas en telas de algodón y cubiertas con mimbre, piezas de cerámica negra u objetos de hueso, caña de madera cuya antigüedad todavía se discute, pero presuntamente de influencia de la cultura Nazca; sin embargo el principal atractivo para nosotros era el desierto existente entre el valle de Acarí y el valle de Yauca, lo cual según los mapas y las referencia implicaría vencer a la duna de Toro Mata, considerada además, la segunda duna más grande y larga del mundo.

La duna alcanzanza los 1,300 metros sobre el nivel del mar desde donde se inicia el descenso en las tablas de sandboard, deporte de aventura promovido en la localidad por Marcos De La Torre Calle, Marilú Casalino Casalino y que ha despertado el interés de los mas expertos deportistas a nivel mundial. 

Nuestro punto de partida fue desde un anexo, ubicado a unos cinco kilómetros al sur de Acarí, desde donde el cruce de la duna de Toro Mata era el más optimo para nuestra caminata. Desde dicha localidad, luego de cruzar el río Acarí, de muy bajo caudal en ese momento, emprendimos rumbo al Este, atravesando varios huertos de olivo, para luego propiamente ascender por la duna.





Trepar la duna, incluso por esa ruta, se convirtió en algo muy exigente. Sabíamos que en los siguientes dos días no tendríamos contacto con pueblo alguno y mucho menos con alguna fuente de agua potable, por lo que las mochilas iban cargadas con todo aquello que nos permitiese subsistir en ese período, en especial agua. Llegadas las 6;30 de la tarde alcanzamos los 700 msnm, desde donde pudimos ver a lo lejos el Oceano Pácifico y la puesta del sol. Si bien no habíamos alcanzado el punto más alto de la duna, era el punto por el cual nos resultaba mas conveniente pasar. A partir de ese momento empezaba una extensa pampa donde llegada la noche solo quedaba acampar.


A la mañana siguiente, a eso de las siete, continuamos con la ruta con rumbo al noreste, con destino a la localidad de Jaqui uno de los trece distritos de la Provincia de Caravelí, en el valle de Yauca, paralelo al valle de Acarí desde donde partimos. En el camino el pasado no nos sería ajeno, puesto que encotrmos restos de cerámica, posiblemente Nazca, la cual contemplamos por varios minutos tratando de imaginar la historia de dichos restos y todo aquello por lo que habrían pasado hace mas de quinientos o mil años, hasta que les diéramos el alcance. Llegando a Lima tratamos de indagar un poco mas sobre el origen dicha cerámica y ubicamos en la Revista de Investigacfión de la Universidad de San Marcos un artículo sobre la “Tradición Cultural de Huaroto de Acarí y su Relaciones con Nasca” y pudimos contrastar las fotografías que tomamos a las muestras halladas y las gráficas publicadas en dicho artículo.




















Siguiendo la ruta que inicialmente trazamos desde el googlemaps encontramos yacimientos mineros abandonados, aparentemente de extracción de piedras y caminos carrosbles aparentemente destinados al mantenimiento de las torres de alta tensión, siendo uno de estos caminos el que nos llevó a los 1 500 msmnm, ese segundo día, aproximadamente a las dos de la tarde, desde donde tuvimos a vista la localidad de Jaqui y el valle de Yauca, pero tan cerca no estábamos por que el desnivel que nos separaba de nuestro destino era de 1 000 msnm y la distancia unos ocho kilómetros. Afortunadamente en dicho punto teníamos señal de telefonía celular lo cual nos permitió ajustar el tramo final con precisión con el uso del google maps asi como cordinar con un contacto, productor de aceitunas del valle de Yauca que nos esperaría en la carretera para llevarnos a Yauca. 


















El descenso nos tomaría cinco horas, por un carretera sinuosa que se usa para el mantenimiento de las torres eléctricas. La distancia se hacia interminable y el sol justamente asomó esa tarde para recordarnos lo pequeños que somos en medio de la naturaleza, sumado a esto que el liquido elemento se nos había agotado hacía ya varias horas. Aproximadamente a las cinco de la tarde llegamos al valle para enfrentar el reto final atravesar un enredado y casi encantado huerto de olivos de unos 1000 metros de largo, hasta que finalmente llegamos al puente sobre el río Yauca Donde nos esperaba el contacto, quien nos traslado a Yauca.

“LA LEYENDA DEL CERRO DEL TORO MATA” 

En épocas de coloniaje existieron unas minas de oro en algún lugar del imponente CERRO DE ARENA, ubicado al este del pueblo de Acarí. El codiciado mineral era explotado por un grupo de españoles, cuya actividad realizaban en secreto por temor a que la gente conociera de la existencia de este riquísimo mineral. Los años pasaron y tuvieron que redoblar en extremo sus cuidados, optando porque las labores de la mina fueran hechas solo por cholos o negros traídos de tierras muy lejanas; sin embargo, los nativos que al comienzo fueron reclutados, jamás regresaron a sus hogares, por lo que los pobladores comenzaron a sospechar y empezó a correr un gran rumor que fue creciendo: se generalizó un descontento total, llegando a producirse serios accidentes, por cuanto corría la voz que a los mineros desaparecidos los habían matado y enterrado en los mismos socavones de la mina. Ante ese inminente peligro, los españoles idearon un ardid y lo pusieron en práctica, aprovechando la profunda ignorancia que reinaba en ese entonces. 

Inventaron el cuento de que el cerro de Arena tenía vida y que se convertía en un gran y descomunal toro de color negro que bajaba bramando y furioso, para matar a los hombres que trabajaban en esas minas. 

Los antiguos peruanos creían que los cerros tenían vida, y para pedirles protección, tenían que pagarle con vidas humanas; estas creencias se mantuvieron en las costumbres hasta mediados del pasado siglo y aún se conservan en algunos pueblos remotos de nuestra patria. 

A los dueños de la mina el ardid les salió muy bien, porque el pueblo lo hizo suyo, aceptándolo y considerándolo como una realidad; vino a reforzar enormemente esta creencia el ruido que se produce en el cerro de arena cada cierto tiempo, fenómeno que continúa produciéndose aún en nuestros días, teniendo la particularidad de asemejarse al mugido de un gran toro. Por eso es que los pobladores tenían miedo de acercarse a las minas, porque creyeron que efectivamente el toro mataba gente, por eso decían: “no vayas a ese CERRO porque el TORO MATA”, derivándose con el tiempo en el CERRO DEL TORO MATA.”