jueves, 23 de abril de 2020

CHOQUEQUIRAO AÑO 2000

Ordenando mis archivos he encontrado esta vieja crónica de mi primer viaje a Choquequirao en el año 2000 y he decidido publicarla (con fotos de la época), tal cual le encontré, hoy 23 de abril del 2020, veinte años después.

“Y otra vez fluyen leves los dones del recuerdo

cuando el mundo se extingue en silencio
Y los ojos premunidos de escarcha apenas existen
Rastros de agua bajo las hojas de los predios 
sobre Promontorios
una ciudad remota
persiste en el eco de las voces...”
(poema “Invierno” del poemario “Estaciones” 
de Miguel Angel Huamán Villavicencio)

CHOQUEQUIRAO: EL ULTIMO REFUGIO.


Hace aproximadamente dos años mi amigo, el fotógrafo y médico Guillermo Otoya, indagaba, no solo en Perú sino también en los Estados Unidos, acerca de los lugares más importantes para visitar en el territorio peruano. Es así que en el marco de esas indagaciones tomó conocimiento de la existencia de un lugar de extremo interés arqueológico e histórico, ubicado entre los departamentos de Cuzco y Abancay, y cuyo acceso implicaba una ardua caminata de 60,00 kilómetros, la cual nos conduciría, en su primera mitad, a los más profundo del Cañón del Río Apurímac, uno de los más profundos (sino el más profundo) del planeta, para finalmente arribar a un lugar denominado Choquequirao.

Se trataba este lugar del Centro Ceremonial Inca de Choquequirao, ubicado en un espolón rocoso en la parte alta del Cañón del Río Apurímac, resultando para nosotros muy difícil conseguir información al respecto, al menos en Perú, en tanto solo teníamos referencia del acceso efectuado a dicho lugar por expediciones extranjeras, de gente entendida,  más no peruanos, por lo que no figuraba (en Perú) como una ruta turística comercial.

Durante estos dos años hicimos lo posible por conseguir el tiempo y el financiamiento para organizar una expedición a Choquequirao, acordando mantener la mayor discreción a cerca del proyecto. Sin embargo tomamos conocimiento que en el año 1999 otros grupos organizados por Renzo Uceli y Kurt Woll (?) habían visitado la ruinas y hecho pública su visita por lo que en el último año empezaba a sonar en revistas y en el ambiente del turismo de aventura. Sin embargo no nos desanimamos en tanto estábamos todavía a tiempo, es decir que podríamos viajar antes que la ruta se vea “contaminada” por el turismo. 

La hora había llegado. Ambos disponíamos desde el 25 de Julio al 03 de agosto del año 2000. El financiamiento sería, para variar, propio y el único apoyo que conseguimos fue por parte de la empresa especializada en venta de pasajes y turismo en general TRAVELNET (Av. La Encalada 1615, Surco) quien para esta expedición nos facilitó dos radio receptores Motorola Talk About 280 (con un alcance efectivo de 4,00 Km)  y repelente para Insectos “Jungle Juice” de REI especial para ser usado en zonas tropicales (imposibles de conseguir en Lima).

El viaje de ida lo haríamos por tierra vía Abancay, donde estaríamos por lo menos dos días a efectos de aclimatarnos mediante una visita previa al Santuario Nacional del Ampay, para luego partir con destino al poblado de Cachora punto de partida al complejo arqueológico del Choquequirao.


Martes 25 de julio del 2000, día de la partida, 1:30 pm, Guillermo me informa que por motivos de trabajo no podría partir conmigo ese día y que me daría el alcance en Cachora el día 28 de julio, viajando por avión, vía Cuzco. Yo sí partiría ese día con destino a la ciudad de Abancay, a las 5:30 pm (6:30 pm en realidad) en un bus de la Agencia “Wari” (Jr. Montevideo 809, Lima) a un costo de S/ 60,00 el pasaje. El viaje duró aproximadamente 24 horas, por una carretera en muy buen estado, lo que hizo soportable tan larga travesía, a lo que no colaboró en nada la película de karatecas exhibida durante la misma. El viaje sin mayor novedad. Lo bueno fue que conocimos a dos chicas de quien nos hicimos amigos: Mirian y Doménica. Lo malo es que me robaron mi Walkman nuevo, adquirido especialmente para ese viaje, (no las chicas que conocí, sino una señora que viajó conmigo y se bajó unas horas antes de llegar a Abancay), es lo que vulgarmente denominaríamos un gaje del oficio.

Miércoles 26 de Julio, 5:00 pm coincidíamos en la ciudad de Abancay  con mi amigo el fotógrafo Lucho Yupanqui y con mi colega el abogado y montañista Carlos Berger (de cuyo viaje a la ciudad de Abancay yo me había enterado más o menos una hora antes de mi partida) y con quienes, además de compartir una habitación en el Hostal “Samy” (Av. Arenas 159, Abancay, a razón de S/ 45,00 la noche por una habitación con tres camas). Ese día vimos juntos el partido Perú - Uruguay (sin comentarios). Al día siguiente coordinaríamos para viajar juntos al Santuario Nacional del Ampay, ubicado  a unos cinco kilómetros de la ciudad llegando nosotros hasta la base del nevado Ampay, en una caminada que entre ida y vuelta nos tomó unos quince kilómetros.

Esa misma noche luego de comprar el pasaje a Cachora con Carlos y Lucho  (quienes también iban a Choquequirao en el marco de una actividad organizada por el grupo “Aire Libre”, según habíamos podido leer en algunos diarios semanas antes), yo me fui al concierto de Miky Gonzales donde coincidimos con Miriam y Doménica, las amigas que conocí durante el viaje.


Viernes 28 de julio, 5:00 am, parte de Abancay el carro (pequeña combi) rumbo a Cachora (UTM: 18, E:7 36 727, N:85 05 147;  m.s.n.m.: 2700),  a unas tres horas de viaje, a 18,00 Km al noreste  de Abancay (yo dormí durante el viaje), arribando a nuestro destino a eso de las 8:30 am. En el acto nos pusimos en contacto con los arrieros de la zona y contratamos los servicios del Señor Serrano quien cargó nuestro equipo en dos burros. Guillermo estaría arribando al Cuzco (a unas seis horas de Cachora) a las 6:00 am y calculaba yo su arribo a nuestra locación a eso de las 3:00 pm. Por su parte Lucho y Carlos esperaban que la gente de su grupo arriba más o menos a esa misma hora, por lo que acordamos compartir los burros e iniciar juntos la caminata hasta que cada uno se reúna con sus respectivos grupos.

Los primeros diez kilómetros fueron relativamente planos, en realidad implicaba superar un leve desnivel, comprendido entre  los 2 700 m.s.s.m. de Chachora hasta los 2800 .m.s.n.m. de lo que podríamos denominar el “Primer Mirador” (UTM: 18, E:7 37 097, N:85 12 821;  m.s.n.m.: 2800), desde donde se divisa no solo lo más profundo del Cañón río Apurimac, que de por sí es impresionante, sino además, muy a lo lejos, el Centro Ceremonial de Choquequirao, distante a casi dos días de camino de nuestra locación. En efecto, eran casi las 2:00 pm y nos habíamos colocado en lo alto (no se si en lo más alto, pero eso parecía) del Cañón del Río Apurimac, distante su parte más honda a 1000 ó 1200 metros (de precipicio) de nuestra ubicación; SIMPLEMENTE IMPRESIONANTE, el fondo, el agua verde o turquesa, estrechas secciones iluminadas solo unos minutos al día por la luz del sol y secciones permanentemente oscuras a las que el hombre no ha podido acceder. 

El siguiente paso, es decir los siguientes diez kilómetros, serían para nosotros descender a los más profundo del Cañón y recorren paso a paso los 1200 metros de desnivel que nos separaban del fondo. Ajusté bien las rodilleras y tobilleras de neopreno, adquiridas especialmente para la ocasión, regulé el bastón de trekking a la altura adecuada, coloqué que en mi nuevo walkman (comprado en Amancay) un cassette con música de J.S. Bach especialmente grabado para este momento, asigné una de las radios Motorola Talk About 280 a Luis Yupanqui quien por su buen estado físico plenamente comprobado en la visita al Santuario Nacional de Ampay, me llevaría más de una hora y media de ventaja. Inicié el descenso, prácticamente en solitario, no sin antes echar una mirada a las ruinas de Choquequirao, en espolón rocoso cercano al nevado Corihuarachina, al otro lado del Cañón del Río Apurimac, a más de 20 kilómetros de distancia, a casi dos días de camino, aunque el mapa solo señale que eran menos de 10,00 kilómetros, puesto que dicho mapa no contempla la cantidad de curvas que el camino recorre para llegar al fondo del cañón y luego acceder al centro ceremonial. Y allá voy, con mi litro y medio de Gatorade (sabor a Lima-Limón) y mis barras de Power Bar, pasas, maní chocolates y galletas, sin la menor opción de recolectar agua en el camino (hasta tocar el fondo del Cañón), marcando los puntos en el GPS, mirando el mapa de vez en cuando, lo cual resultaba hasta cierto punto innecesario, por que el camino es uno solo y además se encuentra en muy buen estado, no presenta bifurcaciones y el kilometraje se encuentra  marcado cada 500 metros de la siguiente forma: el Km 0 es Cachora, y por ejemplo a 5,5Km de cachora el hito consignará la siguiente expresión Km 5 + 500, lo cual traducido al castellano significa cinco kilómetros más quinientos metros, marcas que en la practica hacen más angustioso el viaje cuando uno va cansado, pero no me quejo.

Empieza a anochecer, y Luis Yupanqui gracias a su buen estado físico había llegado al fondo del cañón (UTM: 18, E:7 32 432, N:85 15 127;  m.s.n.m.: 1600) una hora y media antes que yo, desde allí gracias a las radios me fue proporcionando algunos datos muy útiles del camino, atendiendo a que tendría yo transitar las últimas dos horas a oscuras. Luego le di el alcance a Carlos Berger quien se había detenido no por problemas físicos, sino por que su linterna le había jugado una mala pasada, es decir había dejado de operar. Avanzamos juntos, lentamente, compartiendo mi linterna, la siempre fiel MagLite (a la que más de un arriero le echó el ojo durante la expedición). A poco más de un kilómetro del punto de llegada diviso sobre mi, a unos 400 metros de altura un luz, al parecer otra MagLite, tal vez la de Guillermo, era imposible, le informé a Lucho por la radio y seguí adelante, luego le solicité nos envíe al arriero para que nos de una mano en tanto resultaba difícil andar con una sola linterna (mi linterna frontal Ptzel se encontraba en la mochila principal que viajaba en el burro), a los pocos minutos el arriero nos dio el encuentro y apoyó a Carlos con la iluminación. Yo seguí adelante y llegue al campamento como a las 8:00 pm aproximadamente, al  poco tiempo llegó Guillermo, en otra demostración de un excelente estado físico. (¿cómo diablos hace esta gente con eso...?). Una vez instalados en el campamento me contó de su arribo a Cuzco y de su viaje a Cachora el que duró unas seis horas, viaje que pudo efectuar gracias a que compartió una vehículo contratado para tales efectos de manera conjunta con el grupo de excursionistas de “Aire Libre”, quienes esa misma noche se habían reunido ya sus compañeros Luis Yupanqui y Carlos Berger. Una vez armado nuestro campamento, efectuamos con Guillermo las coordinaciones para el día siguiente, establecimos las frecuencias para las radios, marcamos los mapas y los puntos en el GPS, separamos los alimentos para la jornada del día siguiente y a dormir, cada uno en su carpa, en medio de un otoñal bosque y un cálido microclima (generado por el asoleamiento de las paredes rocosas del cañón) que me permitió dormir en camiseta y en pantalón corto (dentro de la bolsa de dormir) estrenando la colchoneta que me vendiera mi amigo Felipe Salaverry antes de viajar a  Estados Unidos. Hecho todo esto solo quedaba pensar un poco y luego dormir con la música de Bach y el sonido del río como último y único arrullo, sin molestia alguna en las rodilla y el tobillo (lo cual era una de mis preocupaciones más importantes).


Para variar Guillermo se levantó primero que yo, que para cuando salí de mi carpa él ya tenía el 75% de su equipo empacado y se encontraba a punto de partir. Yo demoré un poco más y al ritmo de lo último de Ana Torroja (“Pasajes de un Sueño”) partí media hora después, estando simbolizada mi partida con el cruce del puente sobre el río Apurimac; y si bien durante todo el día no lo volví a ver a Guillermo hasta la tarde de ese mismo día, ya en Choquequirao, la comunicación radial era constante. El me iba dando datos del camino y detalle técnicos, como el que me abstenga de beber un refresco de caña de azúcar que preparaban de manera artesanal en un caserío con no más de seis habitantes denominado Santa Rosa (UTM: 18, E:7 32 860, N:85 15 280;  m.s.n.m.: 2700) y mucho menos el aguardiente hecho en casa que ofrecían en el mismo lugar. 

Salir del fondo del cañón hasta la parte alta, denominada Marampata (UTM: 18, E:7 32 559, N:85 17 096;  m.s.n.m.: 2850, a 5 kilómetros de Choquequirao), implicaba una caminata de cinco kilómetros de subida desde el fondo del cañón. Una subida muy técnica, por cierto en el sentido que uno debía dosificar sus fuerzas, lo cual era solo posible hacer con las piernas, la imaginación y algo de música. A eso de las 2:00 pm. llegue a Marampata, desde donde se vuelve a divisar Choquequirao, pero esta vez  mas cerca, a solo cinco kilómetros de distancia, luego el tramo final es relativamente plano (por que lo plano y lo cerca en la sierra es siempre relativo)  hasta el “puesto de control” (donde afortunadamente no obran los carteles ni tarifas del INC :Instituto Nacional de la Cutra), donde originalmente teníamos planeado acampar, sin embargo con Guillermo Otoya, quien ya se encontraba en Choquequirao, distante a poco menos de dos kilómetros, acordamos acampar los más cerca posible del centro ceremonial. Eran las cinco de la tarde y ya estaba yo en Choquequirao (UTM: 18, E:7 30 246, N:85 18 406;  m.s.n.m.: 3094). 


Corre la sustancia de diabólica sonrisa
en tu sangre de corcel acalorado.
La mestiza gota que nos une
Es un tiempo acongojado que nos mira
arrodillado en la pretina de los ojos.
Corre la indomable importancia de los años,
La sabia diferencia de aquello que callamos.

(fragmento del poema “Aullido Sagrado” de
Doris Moromisato Miasato)

Acampamos al pie del centro ceremonial y a la mañana siguiente subimos al cerro que denominan “El Usnu” desde donde pudimos apreciar la magnitud del complejo arqueológico de Choquequirao,  cuya construcción se atribuye a los Incas Tupac Inca Yupanqui y Waynacapac, (entre los años 1471 y 1527), sirviendo este originalmente como el más importantes núcleo administrativo, político, social y económico, a través del cual se efectuó el control  del ingreso a la región del Vilcabamba, cuya conquista, en vías de expansión del Imperio, fue efectuada por los incas en el siglo XV.

Encontramos en Choquequirao claramente identificables las zonas destinadas al culto, a la agricultura, a las viviendas de la clase administrativa, obrera y militar, impresionantes andenerías que revelan solo un pequeño porcentaje de lo que se realmente se haya oculto bajo la agreste vegetación; un sistema de acueductos que  abastecía de agua a todo el complejo, y ese estilo arquitectónico inca que por momentos nos recuerda a Macchu Picchu.

Al parecer este lugar habría servido finalmente a los incas como refugio y punto de resistencia a la invasión española desde del año 1536 hasta el año 1572,  año en el cual sería abandonado, olvidado y devorado por la vegetación por un lapso de 250 años, hasta su descubrimiento en el año 1834, efectuado por el explorador francés Eugen de Sartiges. 

Como a las 11:00 am. del día siguiente iniciamos el descenso al fondo del cañón del río Apurimac a donde arribé a eso de las 4:30 pm, muy cansado (digamos que me jugué mi Eco Challege), una hora después llegó Guillermo y tras él, luego de tres horas arribó Carlos Berger, con quien ahora compartíamos al arriero, el cual por cierto nos hizo esperar hasta eso de las nueve de la noche porque tuvo problemas con las bestias de carga, incluso nos habíamos echo la idea de pernoctar en una tétrica cabaña ubicada al lado del puente, pero finalmente llegó, encendimos una fogata y conversamos como hasta las media noche.

Amanece y para lo último que tenía ganas, era para caminar el tramo final, de 20 Km, hasta Cachora. Es por eso que aprovechando que el arriero llevaba un par de mulas extra, decidía avanzar los primeros cinco Kilómetros montado en un animal lo cual hice hasta que me caí del mismo cuando fui topado por unas ramas. Como a las 2:00 pm llegamos al “Primer Mirador”, desde donde le dimos la despedida a Choquequirao y ya con un camino más suave llegamos a Cachorra a eso de las  5:00 pm., arreglamos las cuentas con los arrieros, nos hospedamos en un hotelito cuyo nombre no recuerdo y a la mañana siguiente partimos primero a Saihuite, donde pudimos ver el famoso monolito en el que se represente una suerte de maqueta que grafica las regiones del Perú y en el cual, según el vigilante, que hizo las veces de guía, figuraba el complejo de Choquequirao.


Luego nos dirigimos a la ciudad del Cuzco, donde estuvimos cuatro días, dos por nuestra cuenta, en el “Hostal Cáceres” (calle Plateros 368, S/ 20,00 la noche) y los otros 2 en el “Sonesta: La Posada del Inca” (U.S.$120,00 la noche) por cortesía esto último del la empresa de aviación “Lan Perú” la cual, tras haber afrontado problemas de espacio en su vuelo con destino a Lima, procedió a hospedarnos por dos noches en un hotel de lujo (alimentación incluida), a lo cual sumamos un tour al valle sagrado por cortesía de CENFOTUR (Cuzco). En nuestra opinión el justo premio por el éxito (para nosotros) de la expedición a Choquequirao.





Agradecimientos: a Ernesto Romero y TRAVELNET S.A., a Lan Perú, al hotel “Sonesta: La Posada del Inka”, a la discoteca Kamikaze, a CENFOTUR (Filial del Cuzco), al Instituto Geográfico Nacional, a la tía que me robó mi walkman en Abancay (para que vea que no le guardo rencor), a la gente de Cachora, a Luis Yupanqui (que me ayudó mucho durante el primer día para el arribo al fondo del cañón), a Michel Vaudenay por la información proporcionada.