jueves, 28 de abril de 2016

EXPEDICIÓN AL CAÑON DE LOS PERDIDOS: 65 KM POR LOS DESIERTOS DE ICA.


Este año nuestra clásica caminata al desierto se trasladó un poco más al sur de la ciudad de Ica y dejó atrás las arenas de la Reserva Nacional de Paracas, la cual solo recorrimos durante los meses de enero, febrero y marzo en plan de entrenamiento: El Chaco – Lagunillas – El Chaco (25 km); Pozo Santo – El Chaco (25 km); y Punta Pejerrey – Lagunillas (la vuelta a la Península de Paracas: 25 Km). Pero este año soñábamos con más, una ambiciosa caminata de sesenta y cinco kilómetros a través del desierto de Ica, con un atractivo especial el recién descubierto Cañón de los Perdidos y un atractivo no previsto en los planes, un oasis en medio de la nada que nos terminó sorprendiendo por sus dimensiones y contenido natural.






Era el mes de Junio del año 2015 cuando leí en el Diario Correo una nota escrita por Harold Aldoradin Ortiz, en la cual daba a conocer la existencia de un nuevo atractivo turístico entre las localidades de Santiago y Ocucaje en el Departamento de Ica, el cual el Servicio Nacional de Áreas Protegidas (SERNANP) podría declarar como monumento natural, lo que despertó aún más mi interés. A continuación comparto algunos párrafos del artículo periodístico que despertó nuestra curiosidad por el cañón.

“En el sector de Montegrande, distrito de Santiago y sur oeste del caserío de Calango en Ocucaje, se abre un enorme tajo sobre la extensa tierra eriaza, que luego de su descubrimiento recibió el nombre del Cañón de los perdidos. El enorme boquerón que se abre en la ruta del casi desaparecido río Seco, que proviene de Santa Cruz, tiene un aproximado de cinco kilómetros de extensión. Su profundidad atrae a animales como el gallinazo que en sus partes altas han encontrado un lugar para anidar. De unos 600 metros de profundidad, podría tener una similitud con el cañón del Colorado en los EE.UU. Al igual que en las tierras del Tío Sam, las aguas que discurren solo en épocas de lluvias en la zona alta de Palpa, han dibujado misteriosas formas.Las aguas que traen sedimentos desde la parte alta, discurren por el nuevo atractivo turístico de Ocucaje hasta el sector de Chilcatay, donde finalmente el afluente de río Seco desemboca al rio Ica; para luego proseguir su descenso hacia el Océano Pacífico.


Conforme el turista va ingresando al Cañón, es muy interesante el recibimiento que dan sus celosos guardianes, los cuervos (gallinazos) que uno a uno van apareciendo en el firmamento despejado para brindarnos un señorial vuelo que se asemejan al vuelo de los cóndores por ser aves propias de estos lugares. En el centro del Cañón se ha formado una laguna ovalada y la que provee de agua a los sedientes gallinazos en medio del hostil desierto.

DATO. El “Cañón de los Perdidos” debe su nombre a que los miembros de la APTYCO, José Albites, Pedro Neyra y Willy Arcos y dos invitados, con la inmensa ilusión de llegar al lugar, se perdieron al tomar una ruta equivocada.” (Artículo publicado el 15 de junio del 2015, escrito por Harold Aldoradin Ortiz, extraído de la versión web del Diario Correo)

Para nosotros la aventura empezó en el kilómetro 366.5 de la Carretera Panamericana Sur, desde donde dimos inicio a la caminata, proyectada para tres días, con diez litros de líquido a nuestras espaldas, cada uno, además de alimento y los elementos básicos para garantizar nuestra supervivencia en el desierto. El primer día recorrimos veinte kilómetros atravesando la pampa Characaro, bajo un inclemente sol, poniendo a prueba todo lo aprendido en más de cinco años de caminatas al desierto para prevenir la insolación y la deshidratación, lo cual se refleja en la vestimenta que recoge un estilo funcional que logra los objetivos deseados. Acampamos en la pampa Salinas de Pileta, a eso de las seis de la tarde y disfrutamos la puesta del sol en el desierto, disfrutando de los fuertes vientos del sur que nos invitaban a tomar la siesta.

“Km 366 de la panamericana sur, para quien transita continuamente por esta ruta, o incluso para quien no, sea irrelevante el punto de referencia; sin embargo para mi representa el inicio de una experiencia única en el contacto con el desierto que inicio este año como un cambio en las rutas treckeras que en mi corta experiencia solo había realizado en montaña.

Esta ruta estaba programada en un periodo de tres días de camino con un punto principal como objetivo de llegada "El Cañón de los Perdidos", iniciamos el recorrido con suficiente agua para mantenernos hidratados durante los tres días de travesía , en promedio 2 litros y medio por día, es decir que el primer día además del alimento necesario cargaba 8 litros, como primera experiencia cargando ese peso entenderán que a los 2 kilómetros de haber caminado ya atravesaba por mi mente si realmente podría concluir el viaje porque sentía la espalda destruida, pero no había vuelta que dar, tenía un propósito y lo debía conseguir.

Valió la pena el esfuerzo, llegando la noche el cielo estrellado y la luna llena alumbrando nuestro campamento no podía ser más gratificante, y claro el respectivo alimento que a esa hora era manjar de dioses.” (Apuntes de Kathiuska Barrio A. “Crónica del Cañón de los Perdidos”).

El segundo día caminamos, aproximadamente veinte kilómetros guiados de manera precisa por el sistema de posicionamiento global, del cual nos apoyamos gracias a dos unidades GPS y dos brújulas con las cuales trazamos y seguimos el rumbo durante todo el viaje. 

Casi al medio día, a lo lejos, empezamos a divisar el cañón como alguna vez lo refirió la prensa: como “un enorme tajo sobre la extensa tierra eriaza”, lo que despertó aún más nuestra ansiedad por llegar, lo cual ocurrió recién a eso de la una de la tarde. Encontramos en el cañón algunos grupos de turistas y una caseta de vigilancia de la Municipalidad de Santiago. Visitamos la parte más significativa del cañón y luego nos dirigimos con rumbo al Sur, para recorrer el resto de sus cinco kilómetros de largo. Hasta ese momento nuestro viaje había acumulado ya cuarenta kilómetros kilómetro de caminata y nuestro destino final era mucho más allá del cañón: la caleta de pescadores de Puerto Caballas.

“Temprano por la mañana mucho mas ligeros de equipaje y con el entusiasmo de llegar al cañón retomamos el camino, no puedo describirles la sensación que se tiene al sentirse uno con el desierto, rodeado de arena, con la inmensidad al rededor y mas aun cuando avistamos el tan ansiado Cañón y pudimos ver su inmensidad, me sentí doblemente gratificada por haber logrado llegar y por tener el privilegio de estar en este lugar al que pocos han logrado llegar por ahora, pero que por demás es un lugar que a quien disfruta de la naturaleza es punto obligado de visita” (Apuntes de Kathiuska Barrio A. “Crónica del Cañón de los Perdidos”).

Cuando completamos veinte Kilómetros ese segundo día de caminata, descubrimos que más allá del cañón había algo así como un gigantesco oasis con pastizales, palmeras e incluso ganado vacuno en medio del desierto, precedido en su parte alta por un antiguo cementerio prehispánico lamentablemente huaqueado tal vez hace decenas de años. Una vez que vimos era maravilla de la naturaleza, no dudamos en establecer allí nuestro segundo campamento. Si bien en ese tipo de oasis hay fuentes de agua estancada, su consumo no es recomendable por razones de salud, pero nos surgió la idea de llevar en una próxima ocasión un filtro con estándar militar para purificar el agua y consumirla, incrementando de esta manera nuestras reservas.

“Luego de las respectivas fotos y recorrido por el lugar fuimos bendecidos por un pequeño oasis donde pudimos refrescarnos y merendar para luego continuar nuestro trayecto; para mi sorpresa en el camino nos aguardaba un oasis que por lo menos triplicaba las dimensiones del oasis donde habíamos merendado, fue muy curioso haber estado rodeada solo de arena, roca y piedras para luego adentrar en un lugar que se confundía con una caminata en la montaña pero a pocos metros sobre el nivel del mar, que mejor lugar para pasar la segunda noche, nos quedamos a pernoctar la segunda noche en este lugar.” (Apuntes de Kathiuska Barrio A. “Crónica del Cañón de los Perdidos”).



A la mañana siguiente iniciamos nuestro tercer día de caminata, veinte kilómetros hasta Puerto Caballas, quedaba atrás el oasis sin nombre atrás y nuevamente nos tocaba retar al árido desierto iquieño, el cual antes permitirnos tocar el mar, nos puso como un último reto atravesar tres kilómetros de dunas bajo el intenso sol de la una de la tarde, poniendo a prueba la técnica y sobretodo nuestras últimas fuerzas, hasta que agotamos la última gota de agua.



Aproximadamente a las dos de la tarde, luego de caminar seis kilómetros a la orilla del mar, arribamos a la caleta de pescadores de puerto caballas, caleta hoy, hace muchos años importante puerto natural de Ica que se remonta al a época virreinal y en donde eran desembarcados los esclavos africanos para luego ser conducidos a la zona de Chincha y el resto del Perú. Una vez allí, almorzamos un pescadito frito a un precio exorbitante, como para turista, pero que importa ya estábamos hartos de barras energéticas y frutas secas, acompañado de un litro de Coca Cola (o debo decir “de una conocida marca de gaseosas”) para recuperar los fluidos perdidos.



“Tercer día y ahora nuestro destino final será Puerto Caballas, volvimos al camino ingresando nuevamente al desierto con sus diferentes texturas y colores envolventes, aproximadamente 4 kilómetros antes de llegar al puerto nos esperaban unas dunas de todas las dimensiones y formas imaginadas, el atravesarlas fue todo un reto, avistaba la orilla del mar que a simple vista estaba muy cerca, pero cada duna que cruzaba solo me hacia llegar a otra y a otra....hasta que al fin luego de un incontable numero de dunas llegamos a la orilla, y a pocos kilómetros nos esperaba nuestro destino final donde nos aguardo un delicioso pescado frito fresco y una gaseosa helada súper refrescante.” (Apuntes de Kathiuska Barrio A. “Crónica del Cañón de los Perdidos”).




En total fueron sesenta kilómetros de una gran aventura, en la cual el desierto, la naturaleza, el pasado y la historia compartieron con nosotros un poco de su esencia, dejándonos como siempre muchas ganas de volver.


Foto: K. Barrio.

sábado, 9 de abril de 2016

MARCAHUASI VEINTICINCO AÑOS DESPUES 



Hace veinticinco años estaba parado en los pasillo de la universidad pensando que podía hacer por mi cumpleaños, pero curiosamente no pensaba en una fiesta, sino en algo especial al aire libre, algo fuera de la ciudad. En eso me cruzo con mi amigo Edgardo Portilla quien con un diario en mano me dice: “Mira, hay un grupo de caminantes llamado Tarpuy que está organizando un viaje a Marcahuasi y creo que es para la fecha de tu cumpleaños…”. La idea me pareció espectacular, por lo que acudí a una de sus conferencias en una oficina ubicada, si mal no recuerdo, en el jirón Lampa en el centro de Lima. En esa reunión me enteré que el viaje a Marcahuasi era para el mes de agosto y que previamente habrían dos salidas de preparación: una al pueblo de San Juan de Lanca y otra al Bosque de Zárate, ninguna de esas salidas, incluso la de Marcauasi, coincidía con mi cumpleaños, pero ese viaje a las montañas que hasta ahora no termina para mi, se había iniciado.



La caminata a San Juan de Lanca fue relativamente sencilla por una carretera afirmada, partiendo de un punto en la carretera denominado Sol y Campo, hasta llegar al pueblo un total de 20 kilómetros, entre ida y vuelta, en dos días de caminata.

La caminata a los Bosques de Zárate fue una masacre, 15 kilómetros, entre ida y vuelta, partiendo desde la localidad de Tornamesa en la Carretera Central, para superar una serie de montañas  áridas, sin posibilidad de abastecerse de agua entre las ocho de la mañana que empezó la caminata hasta el día siguiente al medio día que encontramos un ojo de agua en el mismo bosque. Con esta última caminata, ya estábamos listo para subir a la meseta de Marcahuasi.



Hasta que llegó el día, era fines de agosto del año 1990, el punto de partida era en el pueblo de San Juan de Lanca a donde llegamos un jueves por la noche para acampar en la polvorienta cancha de futbol de pueblo. Valga la aclaración, en ese entonces yo no tenía carpa, así es que acampar para mi significaba en la práctica dormir a la intemperie. Tampoco tenía cocina, así es que tengo recuerdos de haber participado en una suerte de olla común con algunos amigos. A la mañana siguiente, recuerdo a muchas personas con las que ya había establecido vínculos de amistad en ese grupo: Jaime Terán, Lucho Zavala, Diana Meza, Victor Santiago, Coco Ruilier, Fernando Robles, Chela Lechuga, Daniel Sparrow, Walter  Baldeón, entre otros, lo cual es simplemente el inicio de una larga lista de amigos con muchos de los cuales hasta el día de hoy estamos en contacto.



El primer tramo consistía en una trepada interminable por un cerro denominado Lagartija y realmente un bajo el sol se sentía asi, motivación  generada por  el colectivo era muy intensa e hizo que los diez kilómetros de caminata hasta el pueblo de San Mateo de Otao fueran posibles de ser recorridos, con la contingencia adicional que no encontrar ni una gota de agua para abastecerse entre el punto de partida y el punto de llegada. En el pueblo de Otao recuerdo que dormimos en un local que nos proporcionó la autoridad local, más de cien personas durmiendo cocinando y durmiendo en el piso, todo un lujo a esas alturas, mas aun si yo no tenía carpa. Al borde de la media noche, tengo el recuerdo de estar en el cementerio del pueblo con Jaime Terán, Diana Meza, Daniel Sparrow, Coco Ruilier, Luis Cerván, y tal vez Victor Santiago, contando chistes sobre una tumba.



El segundo tramo, de aproximadamente diez kilómetros fue partiendo del Pueblo de San Mateo de Otao hasta un pueblo fantasmas denominado Chauca, de allí se camina hasta un punto denominado Recracancha, una quebradita donde nos pudimos abastecer de agua y valga la aclaración, es el último punto donde uno se puede abastecer de agua, porque en la meseta no hay fuentes permanentes de agua. Tengo el recuerdo de haber llegado al a meseta al atardecer, también recuerdo haber sido hospedado por Fernando Robles en su carpa, color naranja; recuerdo que por la mañana nuestras reservas de agua se congelaron, por lo que mi agradecimiento a Fernando Robles es doble. Recuerdo una fogata, recuerdo más chistes, recuerdo a Hernán Luyo y su hijo Gonzalo, a Daniel Sparrow comiendo atún con cebollas, a un pata llamado Homero que le gustaba andar en calzoncillos,  a Jaime Terán compartiendo una bebida no recomendable para el consumo humano denominada  “yonque” , recuerdo que con Daniel cantábamos canciones de los Beatles, recuerdo finalmente que no quería que ese viaje termine.



Veinticinco años después me entro que el grupo Tarpuy organizaba para el año 2015 una nueva expedición a la meseta, para conmemorar aquel viaje histórico del año 1990 y no lo dudé y decidí participar del proyecto. De aquellos tiempos nos acompañó Jaime Terán, Chela Lechuga, Clodoaldo Rondán, el organizador de la caminata, tanto  en la versión del año 1990, como en la versión del 2015, Alfonso “Pocho” también organizador de Tarpuy y varios amigos mas que si bien no habían participado en la versión del año 1990, estaban muy entusiasmados. La ruta era la misma de hace veinticinco años, solo que esta vez dormimos la primera noche en San Mateo de Otao y la segunda en Chauca, para el tercer día atacar la meseta, donde nos esperaban Víctor Santiago y Lucho Zavala, también participantes del año 1990.




Veinticinco años después solo me queda estar agradecido, por los amigos que conocí y los maravillosos lugares que visité y me queda claro que si bien en el año 1990 empezó la caminata, ésta hasta el día de hoy no termina.